miércoles, 6 de octubre de 2010

Caminar despacio por las calles. IV

"Sólo una vez en mi vida he experimentado hasta ahora la transformación. Para mí antes ésta había sido sólo una palabra, y cuando empezó, no de un modo sosegado sino de golpe, al principio creí que era mi final. Me alcanzó como una sentencia de muerte. De repente donde yo estaba no había nadie; en vez de mi, un desecho, para el cual, a diferencia de lo que ocurre con las conocidas formas grotescas de la antigua Praga, ni siquiera había la posibilidad de huir a las imágenes, por muy terribles que éstas fueran. La transformación me sobrevino sin una sola imagen, como un único estrangulamiento. Por una parte me quedé petrificado. Por otra seguí con mi vida cotidiana, como si no ocurriera nada. Así, en una ocasión vi como un transeúnte, lanzado por los aires por un coche, se posaba en el suelo con los dos pies, al otro lado del radiador, y yo, como si nada, seguí andando, por lo menos unos cuantos pasos. (...)


¿Transformación de quién? ¿Qué clase de transformación ? Para empezar sólo sé esto: en aquel tiempo  vivi la transformación. Me dio frutos como ninguna otra cosa me los había dado. Hace años ya que estoy consumiendo aquel período de tiempo, con un apetito siempre fresco. No hay nada que me pueda quitar del mundo aquella fructificación. Por ella sé lo que es existir.
Pero desde hace tiempo estoy esperando una nueva transformación. No estoy insatisfecho con la manera como transcurren mis días, e incluso estoy contento de que transcurran así. El modo de mi hacer, así como el de mi dejar de hacer, es, en general, el que me corresponde, y asimismo también lo que me rodea: la casa, el jardín, el pueblo, apartado y a la vez cercano a la gran ciudad, los bosques, los valles vecinos, las lineas de tren, la cercanía del gran París - una cercanía que se presiente, por el mismo hecho de ser invisible - , abajo, en la cuenca del Sena, al este, detrás del bosque de las colinas. Aquí, en este delicado silencio, quisiera quedarme tanto tiempo como fuera posible. (...)

Más bien lo que podría ocurrirme sería que, a ciegas, dejara de hacer todo lo que estoy haciendo, habitar, escribir, andar. Desde siempre estoy tentado a, de repente, dejar de hacer lo que hago, a interrumpir el juego y dejarme caer, o a correr a a darme con la cabeza contra la pared, o a pegarle en la cara al primero que encuentre, o a no mover nunca más un dedo y no decir nunca más una palabra. (...)

La nueva transformación quisiera que fuera sin tormento. Aquel estrangulamiento que duró años, interrumpido por momentos de gran lucidez, hace dos décadas, no debe repetirse. (...) Me gustaba ir solo y no obstante necesitaba ir con los demás; y cuando aquella alegría me llenaba, ya estaba ardiendo en deseos de estar con los ausentes: aquella plenitud, para que tuviera vigencia, tenía que compartirla inmediatamente con ellos y ampliarla. El gozo que había en mí sólo podía salir en compañía de otros, pero, ¿en compañía de quién?

Quedándome conmigo mismo, amenazaba con atrofiarme. La nueva transformación era urgente. Y a diferencia de lo que había ocurrido con aquella primera, que me había atacado por la espalda, esta vez iba a ser yo el que la pondría en marcha. La segunda transformación estaba en mis manos. No iba a empezar con un retraimiento sino abriéndome más y más, algo que yo llevaría a cabo de un modo decidido y a la vez prudente y cuidadoso. (...) Y así sueño escaparme a la ciudad portuaria más alejada del mundo, aire para los otros, disuelto en el soplo junto a las sienes. (...) Esta nueva transformación estoy decidida a llevarla a cabo aquí, en este paisaje, como alguien que reside aquí. No sé, en detalle, qué es lo que necesito para mi cometido, pero seguro que no es un viaje, por lo menos un gran viaje. Ahora un viaje así no sería más que una escapatoria. No quiero olvidar lo cerca que está la belleza, por lo menos aquí. Esta vez la partida tiene que producirse por medio de algo distinto que un cambio de lugar. Ya se ha producido con la primera frase de esta historia. (...)


                                Liébana © Johanna Lozoya

Pero esta historia sólo debe tratar de mí entre otras muchas cosas. Me siento impulsado a intervenir en el tiempo por medio de ella. Y como viajero, a diferencia de lo que me ocurría antes, hoy no podría intervenir ya en nada en ninguna parte. Del mismo modo como a uno se le pueden agotar los pueblos, las regiones e incluso los países enteros, se han agotado para mí el estar en el camino, el viajar. Incluso la idea de peregrinación, a donde sea, sin una meta convenida, que en un lapso de tiempo fue algo sólido y palpable, con los años es una posibilidad que se me ha cerrado. El permanecer en esta región se me presenta, ya desde hace mucho tiempo, como una abertura.
Esto no excluye que en mis notas aparezca también un viaje. En gran medida esto tiene que ser la narración de un viaje. Ésta tratará incluso de viajes, futuros, presentes y, sin embargo, espero, llenos siempre de descubrimientos. De todos modos el héroe de estos viajes no soy yo. Van a serlo unos cuantos amigos míos, que, de un modo u otro, los realizarán. Ya desde comienzos de este año están en camino, cada uno de ellos en una región del mundo distinta, a menudo incluso separados el uno del otro por continentes, como de mí, que estoy aquí, en esta región. Cada uno de ellos no sabe nada de su compañero, que está recorriendo el mundo al mismo tiempo que él. Sólo yo sé de todos ellos, y en mí, que estoy abajo, en la pequeña habitación que da al jardín, con la hierba casi a la altura de los ojos - hace un momento, en el aire tibio una abeja de enero pasó disparada por encima de ella -, está el punto del encuentro y de reunión de noticias.
(...)

Que el lugar donde vivo tiene la forma de una bahía, no lo vi hasta que un día lo tuve ante mis ojos desde la línea de las montañas que lo rodean, y pare ello tuve que estar arriba del todo, (...) Viendo la bahía se me calmaban todas las ansias de ver el mundo. Y nostalgia de mi país hacía tiempo que ya no tenía ¿y no era verdad que ahora, terminado casi el siglo, todo tipo de nostalgia por la patria había desaparecido ya del mundo, como si fuera una enfermedad vencida? Y para vivir allí, en aquel lugar, yo tampoco necesitaría ninguna distracción, ni ninguna concentración especial, ni cines ni partidos de fútbol, ni pasear por los bulevares, sentarme en la terraza de un bar, quizás ni siquiera leer ya. En comparación con la actividad de ver, registrar y transmitir lo que allí había, todo lo demás era perder el tiempo. "

Peter Handke, El año que pasé en la bahía de nadie, Madrid, Alianza Editorial, 1999. ISBN 84-206-5444-2

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Real de Catorce © Johanna Lozoya
"En un ingenioso ensayo sobre la estancia en el hogar - "un lugar para hartarse" - , Patricia de Martelaera (Verrassingen, [ Sorpresas] 1997) mancilla con el humor que la caracteriza las imágenes idílicas que las personas proyectan casi siempre de su hogar y de la estancia en casa: un lugar en el que deberías poder rastrear materialmente su identidad; eso es lo que esperan, o temen, según el caso. Pero estar en casa es casi siempre algo muy distinto, a menudo más extraño que encontrarse en el extranjero: es el lugar donde las cosas se hacen invisibles, donde dejamos de utilizar nuestros sentidos para explorar el mundo. En casa situamos nuestra capacidad de observación en el punto cero. Nuestro hogar es el sitio donde el mundo ser vuelve invisible, lo cual nos lleva al reposo que necesitamos para poder pensar en cosas más lejanas. En casa las cosas se ocultan bajo su notoriedad, todo desaparece y se neutraliza, los objetos y perspectivas parecen dormir, ningún asombro puede despertarlas, atravesamos las cosas sin obstáculos y estamos solos.

A eso lo llamamos hogar. Es el sitio donde podemos estar solos con nosotros mismos sin interferencias, no porque estemos en algún lugar, sino porque no estamos en ningún sitio. (...) El hogar es el lugar paradójico donde viajamos inmóviles por el mundo. (...) quien viaja de verdad, comprueba una y otra vez que las cosas nuevas a su alrededor le recuerdan de continuo a cosas que creía haber dejado atrás. También podemos decir que, quien viaja de verdad, siempre se queda un poco en casa. (...) No estar en casa, por tanto, quizá no sea otra cosa que un estado mental, una actitud, una forma de ascesis frente al mundo, o deberíamos decir: frente al pequeño mundo propio. No estar en casa significa quizá quedarse asombrado en tu pequeña habitación por cosas que ya hacía tiempo que no advertías. Quien vuelve a encontrar, al cabo de los años, un recuerdo oculto bajo el polvo, no contesta cuando llaman a la puerta."



Stefan Hertmans, "Nubes. Hogar" en Ciudades, traducción de Julio Grande, Valencia, Editorial Pre-Textos, 2003. ISBN 84-8191-569-6

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