jueves, 17 de noviembre de 2011

Caminar despacio por las calles. XV

" Visité ambas Cámaras casi a diario durante mi estancia en Washington. En mi visita inicial a la Cámar de Representantes, éstos votaron en contra de una decisión del presidente; pero se impuso el presidente. En la segunda visita, el parlamentario que hablaba, al verse interrumpido por una carcajada, la remedó como un niño que se pelea con otro, y añadió "que haría que los honorables caballeros que tenía delante mudaran enseguida de actitud". Sin embargo, las interrupciones son poco frecuentes, ya que al ponente se le escucha normalmente en silencio. Hay más peleas que en Inglaterra, y más amenazas de las que los caballeros acostumbran a intercambiar en cualquier sociedad civilizada que nos conste; pero las imitaciones de las voces de aves de corral todavía no han sido importadas del Parlamento del Reino Unido. La característica oratoria que parece ser la más practicada, y la más popular, es la repetición constante de una misma idea o atisbo de idea con palabras nuevas; y la pregunta que hacen los de fuera no es "¿Qué ha dicho?", sino "¿Cuánto tiempo ha hablado?". Estos detalles, no obstante, sólo son la extensión de un principio que impera en otras partes. 
El Senado es un organismo decoroso y solemne, y sus sesiones se desarrollan con mucho orden y seriedad. Ambas Cámaras están magníficamente alfombradas; pero resulta imposible describir el estado al que estas alfombras quedan reducidas por la universal indiferencia ante la escupidera que se facilita a cada honorable miembro, y las extraordinarias mejoras que los escupitajos producen en el dibujo de dichos tapices. Me limitaré a apuntar que recomiendo encarecidamente a todo extranjero que no mire al suelo; y si por casualidad se le cae algo, aunque se trate de su cartera, que no lo recoja sin guantes bajo ningún concepto."

Charles Dickens, Notas de América, Barcelona, Zeta Bolsillo, 2010.
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"El 3 de enero de 1842, Charles Dickens y su esposa se embarcan en el Britannia para realizar, azuzados por la curiosidad de descubrir la nueva y revolucionaria civilización que ya ha cautivado a otros ingleses, la travesía al Nuevo Mundo. Un largo recorrido de seis meses para transitar por diversas ciudades estadounidenses, además de una pequeña incursión en Canadá. Se trata de un viaje ilustrativo acerca de una sociedad en pleno desarrollo y de un estudio realista - y a menudo crítico - de sus estructuras sociales, judiciales, sanitarias, penales e industriales. Notas de América es un extraordinario testimonio y un mapa sociopolítico de la Norteamérica de mediados del siglo XIX. "

editor

domingo, 12 de junio de 2011

EL CLUB DE LOS OPTIMISTAS INCORREGIBLES

"Hoy entierran a un escritor. Es como una última manifestación. Un gentío inesperado, silencioso, respetuoso y anárquico bloquea las calles y los bulevares en los alrededores del cementerio de Montaparnasse. ¿Cuántas personas habrá? ¿Treinta mil? ¿Cincuenta mil? ¿Menos? ¿Más? Dirán lo que quieran, pero que vaya gente a tu entierro es algo importante. Si a este escritor le hubiesen dicho que iba a haber tanto barullo no se lo hubiera creído. Le habría dado risa. Es un asunto que no debía de tenerlo nada preocupado. Lo que pensaba es que lo enterrarían deprisa y corriendo doce fieles y no que lo enterrasen con los honores de un Hugo o un Tolstói. Nunca se había visto en esta mitad del siglo que tanta gente acompañase a un intelectual. Es como pensar que era alguien indispensable o que concitaba la unanimidad. ¿Por qué están aquí estas personas? Por lo que de él sabían, no habrían debido venir. Qué cosa más absurda homenajear a un hombre que se equivocó en todo o en casi todo, que fue por el camino errado con constancia y empleó su talento en defender lo indefendible con convicción. Más les habría valido asistir a las honras fúnebres de los que estaban en lo cierto, a quienes él despreció y derribó envueltos en llamas. Nadie se movió de casa por ellos." 

"El silencio era inherente al Club. En realidad no era tanto el silencio lo que buscaban cuanto la tranquilidad. Se oía cómo avanzaban las piezas por el tablero, las respiraciones y los hondos suspiros, los cuchicheos ahogados, los chasquidos de dedos, las risas sarcásticas de los vencedores, el roce de las páginas de periódico y, de vez en cuando, los ronquidos acompasados de un jugador dormido. Hablaban, acercándose unos a otros hasta tocarse. Sólo el movimiento de los labios y el gesto de arrimar el oído hacían pensar en una conversación. Algunos tenían además la costumbre de ponerse la mano delante de la boca para disimular la charla. Había que acostumbrarse a aquel cuchicheo que les daba pinta de conspiradores. Ígor decía que era una costumbre que traían de allí, del otro lado del mundo, donde la mínima palabra podía mandarlo a uno a la cárcel o al cementerio, donde tenías que desconfiar de tu mejor amigo, de tu hermano, de tu sombra. Cuando uno de ellos alzaba la voz, se quedaban sorprendidos. Tras un segundo que les recordaba que estaban en París, como un allegro, se desmelenaba."

"Muchas veces, tras muchas peregrinaciones, habían llegado a Francia en donde les habían concedido asilo político. Aquí andaban mejor las cosas que en los países de los que los echaban. Ésta era la patria de los derechos del hombre siempre y cuando te callaras la boca y no pidieras demasiado." 

Jean-Michel Guenassia, El club de los optimistas incorregibles, Barcelona, RBA Libros, 2010. ISBN 978-84-9867-828-4

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"Michel Marini, fotógrafo aficionado, lector compulsivo y jugador de futbolín en el café Balto de la plaza de Denfert-Rochereau, en Paris, tenía doce años en 1959. Eran los tiempos del rock and roll y de la guerra de Argelia. En la sala de atrás de ese café, que Kessel y Sartre frecuentaban, Michel conoce a Ígor, Léonid, Sacha, Imré y al resto de integrantes del círculo de los optimistas incorregibles, hombres que habían cruzado el Telón de Acero para salvar el pellejo, que dejaron atrás sus amores, su familia, que traicionaron sus ideales y todo cuanto eran. [...] Retrato de una generación, El club de los optimistas incorregibles reconstruye minuciosamente toda una época y sus ideales." 

Editorial
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Opinión: 
La ironía, la sorpresa y la nostalgia no se limitan al sugerente título con el que este abogado y guionista de televisión, Jean-Michel Guenassia, nos introduce a un mundo que solo unas cuantas décadas atrás soñó, vivió y construyó las más notables utopías sociales. Este bello libro nos recuerda una época vibrante de deseos y de descarnado olvido en la que una generación se debate entre la brutalidad de la demagogia política y el optimismo incorregible de los intelectuales europeos : el mundo que verá nacer la guerra fría. 
Lectura muy recomendable de este Premio Goncourt des Lycéens 2009.

Johanna L. 

jueves, 24 de marzo de 2011

caminar despacio por las calles. XIV

"En el mundo en que crecí se daba por seguro que todo cambio y todo desarrollo en la vida son parte de un continuado proceso de causa y efecto, minuciosa y pacientemente sostenido a lo largo de milenios. Con la sola excepción del acto inicial de la creación (que, como todo buen muchacho afrikáner, para mi fue algo que se logró con tal vigor que solo tardó seis días en pasar del caos a Adán y las hojas de parra), la evolución de la vida sobre la Tierra se consideraba un proceso lento, constante y, en definitiva, manifiesto. Sin embargo, tan pronto comencé a leer libros de historia me surgieron no pocas dudas. La sociedad humana, los seres vivos, me parecía que debieran quedar excluidos de una visión tan ecuánime y racional. La totalidad del desarrollo humano, lejos de haber sido el producto de una evolución constante, parecía estar sujeta solo a mutaciones en parte explicables, y casi siempre violentas. Culturas enteras, grupos de individuos muy numerosos parecían aprisionados durante siglos en una forma estática, casi inmutable, que soportaban con indiferencia a pesar de sus padecimientos; de pronto, sin que apareciera una causa visible, pasaban a ser susceptibles de cambios drásticos que forzaban de un modo salvaje al desarrollo mismo. Era como si el desplazamiento de la vida a lo largo de los milenios no fuese el de una oruga darwiniana, sino el de un canguro asustado que avanzase hacia el futuro mediante una azarosa serie de saltos, quiebros, brincos y paradas repentinas, de todo punto imposible de predecir. En efecto, cuando comencé a estudiar física tuve la sensación de que el moderno concepto de energía tal vez podría arrojar sobre ese proceso una luz más esclarecedora que cualquier otro enfoque convencional del asunto. Parecía como si la especie, la sociedad y el individuo se comportasen más como las nubes de un frente tormentoso que como hijos de la razón bien educados, bien aseados y bien vestidos. A lo largo del tiempo, la vida misma parecía concentrar grandes cargas, como las nubes y la electricidad de la Tierra, hasta que de pronto, en una sofocante y bochornosa hora del espíritu, se levantaba el viento, caía con acidez sobre la polvareda una gota de lluvia, prendía el fuego en los nervios y resonaban los tambores para dar lugar a eso que en los cielos llamamos rayos y truenos, y que en la tierra, en la sociedad y en la propia personalidad son la posibilidad de cambio. 

Algo de este estilo, aunque a pequeña escala, me había ocurrido de la noche a la mañana. Llevaba una veintena de años dando vueltas y más vueltas al asunto del bosquimano, y de pronto no solo encontré el camino, sino que deseaba emprenderlo de inmediato. Aquella mañana, sin acabar de vestirme, ya sabía con toda exactitud qué debía hacer, y sabía además cómo lo haría. 

Decidí ir al Kalahari en la peor época del año. Mi propósito consistiría en iniciar el viaje por la zona más septentrional, cerca de la frontera de río Zambeze, a finales de agosto. Decidí hacerlo así porque esa me pareció la única manera de asegurarme de que el bosquimano, en el supuesto de que llegase a encontrarlo, fuese un bosquimano puro. Hay muchos pueblos mestizos, con mezcla de sangre bosquimana, en toda la linde del Kalahari. Por propia experiencia sabía que esos pueblos penetrarían en el Kalahari, hasta lo más profundo, después de que comenzaran las lluvias. Y es que lo milagroso del Kalahari es que se trata de un desierto solo en el sentido de que no contiene agua de superficie de un modo permanente. Por lo demás, se trata de fértiles arenales cubiertos de hierba, que brillan al viento como gallardos maizales. Tiene matorrales y maleza en abundancia, arboledas e incluso algunos trechos de bosque denso. Asimismo, tiene sus propias variedades de gamos y antílopes, aves en abundancia, leones y leopardos. Cuando llega la época de las lluvias crece en el Kalahari gran profusión de hierbas de sabor dulzón, y de los arbustos penden bayas de un tono ambarino, uvas relucientes, ciruelas azucaradas. Hasta los espacio desprovistos de hierba satinada dan melones suculentos y pepinos fragantes; bajo tierra abundan los bulbos y tubérculos de gran tamaño, zanahorias silvestres, patatas, nabos y boniatos. Después de las lluvias se produce una gran invasión de vida procedente del exterior, pues el desierto rebosa durante esos meses una gran dulzura gracias al reposo del invierno, al calor y la sed. Las aves, los animales cuadrúpedos y los indígenas de los alrededores esperan en la pedregosa meseta a que comience el verano. Cuando los primeros relámpagos rasgan el horizonte por el oeste, como si un dios hubiera echado a caminar provisto de un farol para alumbrar sus grandes zancadas en plena oscuridad, todos olfatean ansiosos el viento. Y cuando se carga el aire de humedad, presagio de las lluvias aún lejanas, ponen fin a la espera. El elefante suele ser el primero que emprende la marcha, puesto que es el que tiene el olfato más sensible y es también el más goloso. Pisándole los talones le siguen toda suerte de antílopes, los wildebeest, las cebras y los carnivoros que se alimentan de ellos. También el búfalo negro emerge del lecho de los ríos y de los cenegales, sacudiéndose las moscas tsetse como si fueran cuajarones de barro de su duro pelaje, y emprende el camino hacia el desierto. Cuando las migraciones que componen este éxodo animal están en su momento culminante, cuando todos los síntomas confirman que por fin ha comenzado un fructífero verano, los seres humanos siguen sus pasos."

Laurens van der Post, El mundo perdido de Kalahari. En busca de los bosquimanos, Barcelona, Ediciones Península, 2007. ISBN 978-84-8307-566-1

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"La extraordinaria vida de sir Laurens van der Post ( 1906-1996) es difícil de sintetizar en pocas líneas. Fue escritor, granjero, soldado, prisionero de guerra, consejero político de jefes de estado británicos, profesor, filósofo, explorador...y un gran defensor de los derechos humanos en Sudáfrica, su tierra natal. Fue un férreo opositor al apartheid y dedicó gran parte de su vida a mostrar al mundo el sentido y el valor de las culturas indígenas en la sociedad moderna. En los años cincuenta se dedicó a explorar el sudoeste de África y se adentró en la vida y las costumbres de los bosquimanos, de donde nacieron dos míticos libros de viajes, El mundo perdido de Kalahari ( 1958) y El corazón del cazador (1961). "


domingo, 6 de marzo de 2011

Caminar despacio por las calles. XIII

" A los juegos intelectuales más poderosos del hombre los hemos llamado imaginación y memoria, dirigido uno al mundo de lo posible y el otro al que ya se ha desvanecido. Pero ambos juegos se entremezclan en la lucha humana contra el tiempo, en la palabra que detiene, en el poema. Si en la danza el cuerpo se vierte hacia el mundo, el poema recoge la cosecha de voces sembrada por el silencio. Al fondo del escenario permanece la oscuridad, pero más acá de la oscuridad surge el reguero de centellas al que hemos llamado historia. 
El poema es la memoria profunda de la historia, de la del mundo y de la de cada uno de nosotros. De ahí que la musa que dirige las artes en la mitología clásica sea Mnemosine, que representa a la memoria. De ahí también que, de manera muy temprana, el hombre haya relacionado el juego, la memoria y el poema con esta musa y, siguiendo esta tradición, diversas voces modernas, entre ellas la de Baudelaire, hayan visto al poeta como un maestro de la memoria o que Hölderlin, Rilke y luego también Heidegger hayan querido ver el poema como la fundación del mundo frente al tiempo o frente a su transcurrir cotidiano. 
En consecuencia, lo que nosotros denominamos "literatura" serían los viajes de la imaginación a través de la memoria o de las memorias, tanto del ámbito colectivo como del ámbito individual. En este viaje encontramos también una concordancia entre lo que sería la memoria y el origen del hecho literario. 

En los fundamentos de la tradición literaria occidental hallamos, como mínimo, dos escenarios fundacionales: aquel que nos conduce al viaje entendido como movimiento y aquel que nos conduce al viaje desde la inmovilidad. Del primero tenemos el paradigma original en la Odisea de Homero, dónde el héroe Ulises lleva a cabo un largo viaje por todo el mundo conocido hasta llegar a la anhelada Ítaca. Muchos escritores posteriores han seguido la misma estructura hasta hacer posible, en cierto modo, la culminación del ciclo que se da en la Odisea del siglo XX: el Ulises de James Joyce. 
El otro escenario fundacional, en cambio, tiene en la tragedia su mayor plasmación literaria. En ella la falta aparente de movimiento exterior - pues todo ocurre en el escenario rígido de la polis - obliga o exige de los personajes un movimiento interior continuo. Al igual que el otro, también este nexo entre la inmovilidad exterior y movilidad interior ha sido permanentemente recreado en la historia de la literatura. La peste de Albert Camus es un ejemplo en el que aparece la inmovilidad colectiva, y la figura del náufrago presente en las tradiciones modernas y antiguas - como el Filoctetes de Sófocles - es un ejemplo ilustrador de la inmovilidad individual. 
Al igual que el horror al vacío, también el horror a la quietud caracteriza nuestra tradición occidental: una quietud que siempre se ha visto como un castigo o una maldición y que, si bien introduce a quien la padece en el conocimiento y en la experiencia, lo hace mediante una vía negativa. Parece que este terror por la quietud ya se presenta en la Antigüedad, pero es en la época moderna donde el culto por el movimiento se ha visto acentuado y donde se da de manera más externa.

¿Podemos decir que hay otros escenarios fundacionales en la historia de la literatura occidental? no. Y ahí radica el interés de la literatura, que sabe encontrar infinitas maneras de ver los problemas del hombre, que en esencia siempre han sido y son los mismos y que, a juzgar por lo visto hasta ahora, podemos arriesgarnos a pensar que lo continuarán siendo. La literatura capta todos estos problemas en un incesante retorno circular. 
Tanto la épica, que nos introduce al modelo del viaje en movimiento, como la tragedia, que nos lleva al modelo del viaje inmóvil, desembocan en la condición del hombre como extranjero, que por un lado busca conocerse y hallar su patria y su identidad, pero que a lo largo de esa búsqueda percibe también la imposibilidad de alcanzar una patria o una identidad definitivas. 
La épica conllevaría un desplazamiento continuo en el que Ítaca tan sólo sería una meta provisional. De ahí lo oportuno que resulta el complemento al viaje de Ulises que proporciona el poema "El viaje a Ítaca" de Kavafis, donde se alude a la experiencia de una meta que se ve eternamente aplazada. Por lo tanto, a pesar de la ilusión de patrias provisionales, el desplazamiento siempre es continuo y representa una contradicción incesante, ya que toda patria, al igual que toda identidad, nos introduce a nuevos elementos de interrogación y de enigma. 
En el otro modelo, el de la tragedia, el lugar del desplazamiento exterior pasa a ser ocupado en mucha mayor medida por lo que podríamos denominar un desplazamiento interior. Lo que se pone en juego en la tragedia es, por así decirlo, la imposibilidad de una conciencia estable y definitiva de nosotros mismos. 

Por consiguiente, el principio de contradicción que encontramos en esa Ítaca siempre aplazada de la experiencia es, visto en profundidad, el mismo principio de contradicción que encontramos en ese enigma perpetuamente indescifrado de Edipo. La diferencia es que la tragedia sitúa ese principio en el espacio interior de la conciencia. En el fondo, casi se podría decir que todo lo que le ocurre a Ulises - sus Cíclopes, sus Circes y sus encantamientos - son exactamente los mismos sucesos que acontecen a los héroes trágicos, pero con la peculiaridad de que en este caso todos los sucesos tienen lugar en el espacio interior de la conciencia."

Rafael Argullol, "Doble origen del poema", en Aventura. Una filosofía nómada, Barcelona, El Acantilado, 2008. 


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" Enrico llega, los demás parten. Su madre ha muerto en 1917, en Udine. Nino muere el diecinueve de agosto de 1923, resbala de un peñasco y permanece durante horas en la sima Houcnik de Val Tribussa sobre el monte Poldanovetz. Sí, Carlo se ha equivocado, es Nino quien ha sabido vivir persuadido, no ha tenido necesidad de fugas novelescas y demás payasadas; la vida magnánima estaba de su lado, en el amor por su Pina y las dos hijas, por los amigos, en el placer de estar en su librería de Piazza Grande. "Contempla a los hombres con nobleza", dice su amigo Marin. En el ataúd, resplandece en su rostro la luz de aquella lámpara.
Ervino Pocar, que lo ha visto caer del peñasco, se va a Milán. La virtud trae consigo el honor, en los pupitres del viejo instituto, con tantos exámenes de griego, lo ha aprendido hasta él, que ha llegado a obtener excelentes notas. Entre los compañeros de aquella escuela Ervino ha comprendido que amar quiere decir escuchar, y que leer es mejor que escribir; si uno se empeña en empuñar la pluma, más vale traducir, como hacían con Nussbaumer en la escuela, dejar a un lado la exhibición personal y ponerse al servicio de las grandes palabras. (...)"

Claudio Magris, Otro mar, Barcelona, Anagrama, 1992.


martes, 22 de febrero de 2011

Caminar despacio por las calles. XII

" Una vez un grupo de campesinos islandeses encontró un cráneo muy grueso en el cementerio en el que el poeta Egil estaba enterrado. Su enorme grosor les hizo estar seguros de que se trataba del cráneo de un gran hombre, sin dude el mismísimo Egil. Para asegurarse por partida doble lo pusieron encima de una tapia y le dieron fuertes martillazos. Se ponía blanco allí donde le caían los golpes, pero no se partía, y se convencieron de que era en verdad el cráneo del poeta, y digno de todos los honores. En Irlanda tenemos muchas afinidades con los islandeses o "daneses", como los llamamos, y con todos los demás habitantes de los países escandinavos. En algunos de nuestros parajes montañosos y yermos, y en nuestras aldeas costeras, todavía nos ponemos a prueba los unos a los otros de manera muy parecida a como los islandeses pusieron a prueba la cabeza de Egil. Puede que hayamos adquirido la costumbre de aquellos antiguos piratas daneses, cuyos descendientes, me cuentan las gentes de Rosses, aún recuerdan todos y cada uno de los campos y altozanos de Irlanda que un día pertenecieron a sus antepasados, y son capaces de describir el propio Rosses tan bien como cualquier nativo. Hay un barrio costero conocido como Roughley, en el que no se sabe que los hombres se afeiten ni recorten jamás sus levantiscas barbas rojas, y en el que siempre hay alguna pelea en marcha. Yo los he visto chocar unos con otros en una regata, y tras mucho gaelico a gritos, pegarse los unos a los otros con los remos. El primer bote había encallado, y, a base de propinarles golpes con los largos remos, impidieron pasar al segundo, sólo por darle el triunfo al tercero. Un día, dice la gente de Sligo, un hombre de Roughley fue juzgado en Sligo por partir un cráneo en una riña, y se valió de la defensa, no desconocida en Irlanda, de que algunas cabezas son tan poco consistentes que uno no puede hacerse responsable de ellas. Tras haberse vuelto hacia el abogado fiscal con una mirada de vehemente desprecio, y haber exclamado : "El cráneo de ese pequeñajo, si hubiera uno de golpearlo, se abriría como un cascarón de huevo", le lanzó al juez una gran sonrisa, y le dijo con voz zalamera: " Pero al de su señoría se podría estar uno dándole golpes dos semanas". "

W.B. Yeats, "El grueso cráneo de los afortunados", en El crepúsculo celta, traducción Javier Marías, Madrid, Alfaguara, 1985. 

miércoles, 26 de enero de 2011

Caminar despacio por las calles. XI

"La primavera está avanzada: en este tiempo no son de temer del océano extravagancias excesivamente frenéticas, y esperamos que nuestra solidez marinera esté a la altura de exigencias moderadas, sobre todo pensando calladamente en las pastillas Vasano en mi bolso de mano, también una manera muy humana de cubrirse uno la retirada. ¡Otra cosa sería si estuviéramos en invierno! Amigos, virtuosos itinerantes, me han contado de los ridículos sustos de travesía de ésas, a los que un día tampoco yo podré evitar tener que enfrentarme. ¿Olas? ¡Son montañas! ¡Son Gaurisankars! Está prohibido pisar la cubierta - al fastidiado Goncharov no le habrían hecho subir, se ve mejor a través del ojo de buey bien asegurado. Tú estás atado a tu lecho, subes, caes, es el complicado movimiento tambaleante de algunas diversiones torturadoras de las verbenas, que confunde las direcciones, revuelve el estómago y el cerebro. Desde una altura vertiginosa ves venir hacia ti tu lavabo, y sobre el plano inclinado alternante del camarote se deslizan en torpe danza tus maletas haciendo carambolas. Reina un espantoso, un infernal ruido, provocado en parte por lo elementos desatados en el exterior, en parte por el barco que sigue avanzando empecinado y sacudido hasta sus últimas piezas. La cosa dura tres días y tres noches; supón que ya hubieras pasado dos y éste fuera el tercero. No has comido nada durante ese tiempo; llega el momento en que tienes que acordarte de esta costumbre. Como no mueres, a pesar de estar decididamente dispuesto a ello durante cuartos de hora enteros, has de comer algo llegado un momento, y llamas al camarero, pues el timbre eléctrico funciona y el servicio del hotel de primera clase del barco se mantiene en pie en medio del hundimiento del mundo, disciplinado hasta el fin - es el delicado y muy admirable heroísmo de la civilización humana. El hombre viene, con servilleta y chaqueta blanca - no entra de cabeza, se mantiene firme en la puerta. En el escándalo infernal capta tu encargo exhausto, se va y vuelve, guardando con brazo flexible el equilibrio extremadamente amenazado de su bandeja caliente. Tiene que esperar su momento, uno determinado, en el que la situación del mundo le permite hacer aterrizar el manjar sobre tu cama describiendo un arco, si no dominado al menos calculado. El camarero aprovecha su momento, lleva a cabo lo que está en sus manos con coraje e inteligencia, y el impulso parece tener éxito. En el mismo segundo, sin embargo, ha cambiado la situación del mundo en el sentido y al efecto de que vez la bandeja boca abajo, sobre la cama de tu mujer... No es posible. "

Thomas Mann, Viaje por mar con Don Quijote, (1934), Barcelona, RqueR, 2005. ISBN 84-934047-6-4

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" All over Germany, one way or another, news of the horrors of the destruction of Hamburg must have been spread by distraught refugees vacillating between a hysterical will to survive and leaden apathy. Reck´s diary at least makes it clear that in spite of the news blackout suppressing all detailed information, it was not impossible to know how horribly the cities of Germany were being destroyed. A year later Reck describes ten of thousands camping out around the Maximilianplatz after the latest major raid on Munich. He writes: "On the nearby main road an endless stream of refugees is moving, frail old women with bundles containing their last possessions carried on sticks over their backs. Poor homeless people with burnt clothing, their eyes reflecting the horror of the firestorm, the explosions blowing everything to bits, burial in the rubble or the ignominy of suffocating in a cellar." The remarkable aspect of such accounts is their rarity. Indeed, it seems that no German writer, with the sole exception of Nossack, was ready or able to put any concrete facts down on paper about the progress and repercussions of this gigantic, long-term campaign of destruction. It was the same when the war was over. The quasi-natural reflex, engendered by feelings of shame an wish to defy the victors, was to keep quiet and look the other way. Stig Dagerman, reporting from Germany in the autumn of 1946 for the Swedish newspaper Expressen, writes from Hamburg that on a train going at normal speed it took him a quarter of an hour to travel through the lunar landscape between Hasselbrook and Landwerh, and in all that vast wilderness, perhaps the most horrifying expanse of ruins in the whole of Europe, he did not see a single living soul. The train, writes Dagerman, was crammed full, like all trains in Germany, but no one looked out of the windows, and he was identified as a foreigner himself because he looked out. (...)

People´s ability to forget what they do not want to know, to overlook what is before their eyes, was seldom put to the test better than in Germany at that time. The population decided - out of sheer panic at first- to carry on as if nothing had happened. Kluge´s account of the destruction of Halberstadt begins with the story of Frau Schrader, employed at a local cinema, who gets to work with a shovel commandeered from the air raid wardens immediately after the bomb falls, hoping "to clear the rubble away before the two o´clock matinee". (...) On his return to Hamburg a few days after the air raid, Nossack describes seeing a woman cleaning the windows of a building "that stood alone an undamaged in the middle of the desert of ruins".(...) On the other hand, keeping up everyday routines regardless of disaster, from the baking of a cake to put on the coffee table to the observance of more elevated cultural rituals, is a tried and trusted method of preserving what is thought of as a healthy human reason." 

W.G. Sebald, On the Natural History of Destruction, New York, Random House, 2003. ISBN 0-375-50484-2