domingo, 21 de noviembre de 2010

Caminar despacio por las calles. VIII

"Salimos, el viento de regreso nos daba por detrás, nos pezcaba del cogote, nos propinaba alguna patada. Una ola mayor nos salpicó y me entró la alegría de correr durante unos pasos. Don Gaetano se sujetaba en la cabeza la boina empapada. Estábamos solos, `o vient ´había encerrado a la ciudad en casa. Me la imaginé abandonada, con las personas que habían huido, dejando las puertas abiertas y las ollas en el fuego. Podía entrar en todos los edificios, sentarme en el sillón del obispo y del alcalde, vivir en el palacio real, subir a los barcos. También los americanos habían desaparecido, dejando el portaviones vacío en medio del puerto. La idea me hacía cosquillas en la nariz. Duró hasta que los vi venir contra el viento cara a nosotros. Corrían en grupo, con camiseta, pantalones cortos y tenis deportivos. Nosotros somos muy abrigados y ellos medio desnudos: habían desaparecido los ciudadanos, habían desembarcado los marcianos. Don Gaetano y yo nos miramos los pies para saber si estábamos en el suelo o por el aire. Correr para nosotros era un verbo serio. 
Uno de nosotros echaba a correr para escapar de un terremoto, de un bombardeo. Correr sin ser perseguidos era como hervir agua sin tener la pasta. Nos pasaron por delante concentrados en sus movimientos, resoplando contra el viento. 
- No puede ser de verdad, don Gaetano, ésta es una alucinación debida al café hirviendo.
- Vaya si existen. Son el último pueblo inventado por el mundo, el último en llegar. Saben hacer la guerra y los automóviles. Es un pueblo de niños engrandecidos. Si les preguntas dónde se encuentran, contestan que lejos de casa. Existen. Para ellos, somos nosotros los inexistentes. Se cruzan con nosotros, nos pasan por delante y no nos ven. Viven aquí y ni siquiera ven el volcán. He leído en el periódico que un marinero americano se ha caído en la boca del Vesubio. No es nada raro, no lo había visto. 

Dejamos el paseo marítimo, entre los callejones reapareció nuestra multitud, tupida y despistada. Los viejos se movían inseguros, en busca de apoyo, los niños abrían los brazos para dejarse arrastrar por los golpes del viento. No había ropa tendida, retirada para no perderla dentro de las ráfagas. Sin sábanas colgadas se veía en lo alto el cielo jaspeado de nubes hinchadas, aromáticas como las empanadas fritas. 
- ¿Tienes hambre? - me preguntó don Gaetano, echando un ojo hacia lo alto. 
Había oído mis pensamientos sobre la nube.
- Culpa de ellas, están fritas por vocación. 

Era el día de la convalecencia de la felicidad. Don Gaetano y `o vient ´ habían cargado con el cometido de hacerme digerir el domingo. Lo estaban consiguiendo. Así supe de la felicidad que ha de olvidarse al día siguiente. No pensaba en Anna. Las magulladuras del cuerpo bastaban para dar cuenta del paso radiante de la felicidad. "

Erri de Luca, El día antes de la felicidad, traducción de Carlos Gumpert, México, Sexto Piso, 2010. ISBN 978-607778104-2

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"La felicidad es un "regalo". Tiene un antes y un después, posibles de identificar si se presta atención a la multiplicidad de signos en los que se revela su nombre. Descifrar su llegada constituye un verdadero arte. Don Gaetano, portero de un edificio en la Nápoles de los años cincuenta, tiene el don de escuchar los pensamientos de las personas. Será él quien, a través de sus historias sobre la crudeza de la guerra y el heroísmo del pueblo napolitano, inicie en este arte al narrador de la novela, un joven huérfano de dieciocho años. 

Erri de Luca nació en Nápoles en 1950. A los dieciocho años ingresó a las filas de Lotta Continua, movimiento político de izquierda del que fue dirigente en los años setenta. Luego de desempeñar distintos oficios - camionero, obrero, albañil -, se inclinó por la escritura, constituyéndose como uno de los autores italianos más importantes en la actualidad. El día antes de la felicidad es uno de sus más recientes trabajos. "

Editorial, Sexto Piso

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