Pasajeros del Fulda, 1925 ©Johanna Lozoya |
Fenómeno comprensible. Es signo de una secreta excitación. Sencillamente tengo nervios de noche de estreno, ¿acaso es de extrañar? Mi primer viaje por el Atlántico, el primer encuentro y el conocimiento del mar océano me esperan, y al final, más allá de la curva de la tierra, sobre la que se extienden las gigantescas aguas, nos aguarda Nueva Amsterdam, la metrópoli. De su talla hay cuatro o cinco y forman una especie extraordinaria y monstruosa de lo urbano, de estilo excesivo y también sobresaliente en la clase de grandes ciudades, de modo parecido a como en el terreno de la naturaleza y del paisaje destaca sobremanera la categoría de lo natural elemental y primitivo, el desierto, la alta montaña y el mar. (...)
[Este buen barco] Nos llevará a través de él [mar] como el blanco tren de lujo lleva al viajero de Jartum a través del horror, entre las mortíferas colinas candentes del desierto libio y arábico... "Abandono" - basta con pensar en la palabra para sentir lo que significa estar arropado por la civilización humana. No aprecio demasiado a aquel que a la vista de la naturaleza elemental se abandona exclusivamente a la admiración lírica de su "grandeza" sin dejarse invadir por la conciencia de su hostilidad horriblemente indiferente.
Por otro lado, es la época del año que suaviza la aventura y pone a esa hostilidad ciertos límites amables. La primavera está avanzada: en este tiempo no son de temer del océano extravagancias (...) ¡Otra cosa sería si estuviéramos en invierno! (...) ¿Olas? ¡Son montañas! ¡Son Gaurisankars! (...) Reina un espantoso, un infernal ruido, provocado en parte por los elementos desatados en el exterior, en parte por el barco que sigue avanzando empecinado y sacudido hasta sus últimas piezas. (...) En el mismo segundo, sin embargo, ha cambiado la situación del mundo en el sentido y al efecto de que ves la bandeja, boca abajo, sobre la cama de tu mujer... No es posible.
Así son lo relatos, ¿y cómo no habría de recordarlos mientras damos sorbitos a nuestro vermut de despedida y yo garabateo estas líneas? Desde luego no sería necesarios para reforzar mi respeto ante nuestra empresa, sencillamente porque soy un ser respetuoso y llevo, por así decir, las cejas encarnadas como todo al que le ha sido concedido el don ameno, aunque provinciano, de la fantasía. Uno jamás será un hombre de mundo con este don, porque "protege" - si es que corresponde el término laudatorio- de la superioridad hasta la vejez. Tener fantasía no significa inventarse algo; significa darle importancia a las cosas, y eso naturalmente no es mundano."
Thomas Mann, 19 de mayo del 34
Thomas Mann, Viaje por mar con Don Quijote, Barcelona, RqueR Editorial, 2005. ISBN 84-934047-6-4
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"Con frecuencia, la epifanía de los lugares está ligada a la génesis, al origen de un libro. Un paisaje, conocido o extraño, se nos revela de pronto rico en evocaciones y resonancias; parece también asomarse desde el interio y llevar a la superficie esos fragmentos de la historia y de la experiencia personal que, por alguna razón, se quedaron por largo tiempo en algún peldaño de la mente y la fantasía, sin llegar a estar conscientemente reelaborados hasta que algo los echa fuera, al igual que, durante una mudanza, un pequeño accidente saca a relucir papeles que habían terminado en una hendidura entre dos cajones. Es precisamente en esos momentos cuando sucede a menudo esa imprevista condensación de imágenes, estímulos y conexiones que constituyen el núcleo germinal de un libro, una intuición que todavía no puede formularse de manera clara pero que se impone como una nueva presencia - el primer paso en una dirección ya irrefutable, aunque la meta aún sea imprecisa.
La idea de Danubio, por ejemplo, nación entre Viena y Bratislava, en las cercanías de la frontera allende la cual iniciaba en ese entonces, todavía, la "otra" Europa. La idea de Otro mar toma forma más precisa una noche entre los pinos y la escollera de Salvore, en la punta occidental de Istria.
Carte Postale, 1914 © Johanna Lozoya |
Carte Postale, 1914 © Johanna Lozoya |
Pero resulta inapropiado definir tod eso como "interesante"; esto último, decía Schlegel, es el estímulo inventado por la inquietud moderna, por una sensibilidad harta de demasiadas sugerencias y necesitada de drogas cada vez más fuertes para vencer su propia apatía. Esta perennidad, en cambio, reposa imperturbablemente en sí misma, ignora la prisa del consumo: no es lo Interesante, es lo Bello.
Como todo encuentro, también un encuentro con los lugares es aventurero, rico en promesas y riesgos. Algunos lugares, Venecia o Praga, le hablan incluso al viajero más distraído e ignorante con la evidencia misma de su aparición. Otros se confían a una elocuencia indirecta, seducen únicamente a quienes lo atraviesan y, conociendo lo que sucedió entre aquellos árboles o aquellos muros, leer en el paisaje la historia que éste les proyecta: (...) Otros lugares callan, se encierran en su opaco secreto y el encanto fracasa; también el viaje, como toda aventura, está expuesto a la derrota y a la aridez. Cuando esto sucede, la culpa no es, claro está, sólo del lugar, de su pobreza o banalidad, sino más bien, como en toda relación, también del viajero, que no ha sabido descubrirlo en su esquiva realidad. Todo diálogo fallido, todo amor fracasado es una derrota recíproca. (...)
El viaje más fascinante es un retorno, como la Odisea; y los lugares de un recorrido habitual, los microcosmos cotidianos por tantos años atravesados, son un desafío odiseano."
Claudio Magris, El viaje-escritura: arqueología del paisaje
* en El tallo entre las piedras. Claudio Magris, Ma. Teresa Meneses (selección y traducción), México, Cal y Arena, 2007. ISBN 9-789689-183020