domingo, 3 de octubre de 2010

Los girasoles ciegos ... ahora en pantalla

"Reverendo padre, estoy desorientado como los girasoles ciegos. A pesar de que hoy he visto morir a un comunista, en todo lo demás, padre, he sido derrotado y por ello me siento sicut nubes..., quasi flucturs..., velut umbra, como una sombra fugitiva.
Lea mi carta como una confesión, al cabo del cual, Dios lo quiera, absuélvame, pero si, como me temo, mi pecado no tiene perdón, rece por mí, porque de contrición yo mismo tengo dudas - tal es el Demonio de mi cuerpo -, aunque de mi atrición esta carta pretende dar cumplida cuenta. 
Todo comenzó cuando, siguiendo su consejo, Padre, me alisté en el Glorioso Ejército Nacional. Combatí tres años en el frente participando en la Cruzada, conviviendo con seres gloriosos y horrendos, con soldados llenos de ideales y mezquinos instintos, pero propensos a Dios cuando tienen que elegir entre la perdición y la Gloria. (...)

Probablemente los hechos ocurrieron como otros los cuentan, pero yo los reconozco sólo como un paisaje donde viven mis recuerdos. Sigo preguntándome cómo eran los árboles cuando los plantaron o cómo era mi madre siendo joven o qué aspecto tenía yo cuando era niño.
Todo lo que ha sobrevivido ha alterado poco a poco su recuerdo porque su presencia real es incompatible con la memoria, pero lo que hemos perdido en el camino sigue congelado en el instante de su desaparición ocupando su lugar en el pasado.
Por eso sé cómo era lo que ha desaparecido, lo que abandoné o me abandonó en un momento de mi vida y nunca regresó a donde lo real se altera poco a poco, a donde su actualidad no deja lugar a su pasado.
Quizás por eso recuerdo a mi padre joven, alto, escuálido y vigoroso abrazando a mi madre anciana cansada y dulce. Recuerdo al Hermano Salvador con su sotana castrense acosando a mi madre anciana, cansada y dulce y a unos policías procaces insultando a mi madre anciana, cansada y dulce. Pero sobre todo recuerdo a un niño lleno de complicidades con su madre anciana, cansada y dulce, a la que no logro recordar como me dijeron que fue: joven, vigorosa y dulce.

¡Ah! Ellos pretendieron alterar el orden de las cosas, modificar los designios del Señor ignorando que non est potestas nisi a Deo y tuvimos que enseñar un nuevo orden a los inicuos. Tuvimos que glorificar nuestra Victoria. 
Cuando regresé, Padre, macerado de desdichas y pecados, buscando el perdón al seminario, quizas hubiera sido mejor vuestro perdón que la dilatada prueba a la que vosotros, mis maestros, decidisteis someterme. Mi formación era superior a la de casi todos mis camaradas, pero acepté de buen grado incorporarme como profesor de Párvulos y Preparatoria en el Colegio de la Sagrada Familia. (...) Me incorporé a una orden menor donde olvidar mis desvaríos y recuperar la Luz.  (...) Todo empezó con un alumno extraño entre los párvulos. (...)


Ahora ya puedo hablar de todo aquello, aunque me cuesta recordar, no porque la memoria se haya diluido, sino por la náusea que me produce mi niñez. Recuerdo aquellos años como una inmensidad vivida en un espejo, como algo que tuve la desdicha de sufrir y observar al mismo tiempo. A este lado del espejo estaba el disimulo, lo fingido. Al otro, lo que realmente ocurría. (...)
Había un mundo que se llamaba Alcalá 177 y el piso tercero, letra C, era mi tierra. (...) Pero de todos los recuerdos, el que por encima prevalece es que yo tenía un padre escondido en un armario.



Hoy pienso, Padre, que me llamó la atención algo que distinguía de los demás: era un niño triste pero con una serenidad extraña para su edad. En sus juegos sin discordia, en su obediencia sin sumisión, en su interés por aprender y su orgullo por saber, en su silencio... (...) ¡Le pedíamos amor a su Patria y nos devolvía su silencio! (...)

Mi hogar se distribuía a ambos lados de un pasillo. (...) Entre todos los ruidos, entre todas las voces, entre todas las expresiones de vida a nuestro alrededor, mi padre, mi madre y yo teníamos perfectamente catalogados los que presagiaban peligro y los que reflejaban rutina. Nadie aludía nunca a esos silencios que el ascensor provocaba, como nadie hacía comentario alguno cuando mi padre, si alguien llamaba a nuestra puerta, se escondía en un armario empotrado tras un tocador con dos mesillas a ambos lados de un espejo."

Alberto Méndez, Cuarta derrota: 1942 o Los girasoles ciegos

Alberto Méndez, Los girasoles ciegos, Barcelona, Editorial Anagrama, 2004. ISBN9-788433-968555
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Caudillos © Johanna Lozoya
"Hemos tenido la libertad para torturar, para matar, para asesinar, y hemos tenido la libertad para luchar, para ir adelante, para intentar mantener la dignidad. Es aterrador el uso que se puede hacer de una palabra. Lo importante es que haya presencia de un sentido de responsabilidad cívica, de dignidad personal, de respeto colectivo; si se mantiene, si se construye, si no se acepta caer en la resignación, en la apatía, en la indiferencia, eso puede ser una simple semilla para que algo cambie. Pero yo soy consciente de que esto a su vez no significa mucho."

José Saramago, fragmento de texto en Revista Número, Bogotá, núm. 44, marzo-mayo de 2005, publicado en El País, sábado 2 de octubre de 2010.

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